Entre la gente que haya perdido su empleo, que haya tenido que cerrar sus pequeños negocios que le proporcionaban sustento, o que ya no puedan pagar su vivienda a los insaciables bancos, se observa a las élites de la política con la misma mirada con que los agricultores otean el horizonte en busca de señales de lluvia tan necesaria. Quien más quien menos ha tenido noticia de la reunión del G20 y de los cambios en nuestro gobierno con una expectativa diferente a la indiferencia tan habitual. La expectativa consiste en esperar de algo o de alguien aquello que considerándolo necesario, no depende de uno mismo. En la expectativa se incluye el deseo de conseguir algo para sí. Supongamos (tal vez sea mucho suponer) que la ciudadanía está expectante de cuáles serán los movimientos y los cambios que nuestras élites políticas (en nuestra representación, también se supone) son capaces de hacer para garantizarnos nuestro futuro y el de nuestros hijos.
En esas encontramos una élite política representándose a sí misma, dando cuenta de un mundo tan endogámico que en la mayoría de los casos resulta incomprensible. En el mejor de los casos, cuando se alcanza a comprender, resulta indignante.
“El capitalismo ha desempotrado los problemas de la economía del tejido social” (se lo escuché hace pocos días a Carlos Fernández Liria). Se han escrito miles de páginas en pocos días hablando del G20, de la recuperación económica, de los cambios en el gobierno español y no escucho una sola voz entre las élites que me diga qué, cómo y cuándo cambiaremos un sistema económico irracional e injusto, que premia a los tramposos, a los ricos y a los intrigantes, por aquel con el que las mayorías nos desenvolvemos en nuestras economías domésticas: el intercambio respetuoso con nuestros tenderos, la inversión solidaria con nuestras familias, el gasto consciente, la deuda imprescindible y en todo caso el ahorro responsable. Tan lejos de la depredación irracional de los recursos y la especulación con lo ajeno que definen en gran parte lo que hoy consentimos a los que nos mandan. Aristóteles inicia su Política con un brillante análisis de lo que denomina los dos tipos de “crematística”: la no necesaria que persigue de forma ilimitada desarrollar el arte de la adquisición, y la necesaria, que es de forma natural parte de la administración doméstica, y que utiliza el arte de la adquisición para facilitar que existan aquellas cosas necesarias para la vida y útiles para la comunidad.
Supongamos entonces que en la arena internacional las medidas que han anunciado son suficientes para que se animen los “artistas de la adquisición ilimitada”. Millones de millones para las instituciones que les preparan el terreno a los adalides de la globalización económica, imponiendo condiciones macroeconómicas terribles para las poblaciones pero idóneas para atraer las inversiones, y luego las eternas promesas para tranquilizar a la opinión pública: “pediremos una lista de paraísos fiscales para ver qué hay de eso, y para la reunión de diciembre empezaremos a pensar en aquello de la sostenibilidad y el combate contra el cambio climático. Ahora lo importante era restablecer la confianza en los mercados”. A juzgar por las sonrisas de los presentes, y sobre todo, por la ausencia de respuestas encabronadas o amenazadoras de los voceros de las corporaciones empresariales transnacionales, podemos suponer al menos que ningún acuerdo les roza ni un pelo.
Parece cierto que seguiremos con nuestra incomprensión: ¿cómo lo más sencillo parece siempre poco menos que imposible? ¿Es que es muy difícil establecer una tasa impositiva a todo el movimiento especulativo de capital para dedicarlo al desarrollo? ¿Es que destinar SÓLO el 0,7% al desarrollo de los países empobrecidos es un esfuerzo imposible? ¿De qué manera deben limitarse y prohibirse las emisiones de carbono que nos perjudican a todos y sólo benefician unas pocas cuentas corrientes? ¿Cómo es posible que los amos del mundo soliciten una lista de paraísos fiscales, más aún, sin anticiparnos qué se atreverán a hacer con dicha lista? (Por cierto, para nuestra Europa a punto de elecciones parlamentarias basta con leer con atención “La Europa opaca de las finanzas y sus paraísos fiscales offshore” de Juan Hdez. Vigueras, publicado en Icaria Editorial en 2008. Lo digo por si alguno de nuestros partidos se decide a prometer en sus próximos programas electorales cuáles prohibirán de todos ellos al día siguiente de ser elegidos). La paradoja de nuestras democracias es que cuando lo más sencillo parece imposible, sin embargo, lo más extraño es lo cotidiano. Las cuestiones que más sentido común tienen son sistemáticamente tachadas de utopías. ¿Quién lo entiende?
1 comentario:
Esta crítica parece acertada y necesaria. Pero debe siempre ponerse a la altura real de la situación para no resultar simplista y por lo tanto falsa.
Las emisiones de carbono que si que nos perjudican a todos, por ahora, benefician también a casi todos porque sin ellas habría muchísima menos electricidad y transporte.
No es nada sencillo disminuirlas. Hacerlo además a tiempo es poco menos que imposible.
Hay que ir consiguiendo energía sin emisiones en cantidad suficiente para no producir el caos. En esto, menos algún país productor, hasta las multinacionales de petróleo y de coches se están poniendo de acuerdo.
Me parece que para desgracia nuestra disminuir a tiempo las emisiones de carbono es problema tan intratable para este sistema económico irracional e injusto, como para su alternativa.
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